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Vieraskieliset / en espanol

Cómo se forma la congregación de Dios? El Espíritu Santo llama y reúne

Siionin Lähetyslehti
Vieraskieliset / en espanol
2.4.2014 0.00

Juttua muokattu:

1.1. 23:49
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De los que creen, la co­mu­nión del Espí­ri­tu San­to for­ma una cong­re­ga­ción, una en la cual Dios llama. La cong­re­ga­ción de Dios no es una ins­ti­tu­ción o aso­ci­a­ción tem­po­ral, sino que es una co­mu­ni­dad de fe en Jesús Cris­to y con ot­ros crey­en­tes. Vi­vir en la co­mu­nión de la cong­re­ga­ción de Dios ent­re­ga alegr­ía y paz al co­razón.

La cong­re­ga­ción tie­ne un pa­pel esen­ci­al y de muc­ho sig­ni­fi­ca­do en la ob­ra sal­va­do­ra de Dios. Dios llama a la gen­te a Su cong­re­ga­ción. El re­ci­bir y acep­tar es­ta lla­ma­da se fun­da to­tal­men­te en la gra­cia de Dios (1 Cor. 1: 2, 9). La cong­re­ga­ción de Dios es el lu­gar en don­de la gra­cia sal­va­do­ra de Dios se ma­ni­fies­ta en la tier­ra. La fe sal­va­do­ra ocur­re sólo en la co­mu­nión de la cong­re­ga­ción de Dios. Dios ha­bi­ta en es­ta cong­re­ga­ción y la con­du­ce con Su po­der.

Sólo a través de la fe, uno es miemb­ro de la cong­re­ga­ción de Dios

El propó­si­to prin­ci­pal de la proc­la­ma­ción del evan­ge­lio, la bu­e­na no­ti­cia, es crear y man­te­ner la fe en Cris­to. Cu­an­do el evan­ge­lio da a luz a la fe, la par­ti­ci­pa­ción re­ci­bi­da y la co­mu­nión del Espí­ri­tu San­to for­man una cong­re­ga­ción de los crey­en­tes. Es­to se ve en el fun­ci­o­na­mien­to de la cong­re­ga­ción y tam­bién ex­ter­na­men­te (Juan 13:35; 1 Ped­ro 2:12). El Espí­ri­tu San­to une a los crey­en­tes de todo el mun­do dent­ro de una cong­re­ga­ción de Dios.

De­bi­do a la ex­pi­a­ción de Cris­to, cada per­so­na nace como dent­ro de es­te mun­do como un crey­en­te. Para que la fe fu­e­se pre­ser­va­da, un niño es bau­ti­za­do y así acom­pa­ña­do dent­ro del cui­da­do de la cong­re­ga­ción de Dios. Si una per­so­na no es ca­paz de vi­vir en la co­mu­nión y el cui­da­do de la cong­re­ga­ción, su fe se marc­hi­ta y su co­mu­nión con Dios se rom­pe. Una per­so­na pu­e­de vol­ver a la co­mu­nión con Dios cu­an­do cree en el evan­ge­lio proc­la­ma­do en la cong­re­ga­ción de Dios, cuyo núcleo es el perdón de los pe­ca­dos (Mar­cos 16: 15, 16, Lu­cas 24:47, Juan 20: 21–23).

La fe es lle­va­da en la co­mu­nión de la cong­re­ga­ción

La fe no so­la­men­te une a un crey­en­te en la co­mu­nión de la cong­re­ga­ción de Dios, sino que tam­bién lo man­tie­ne en su co­mu­nión. De es­te modo la co­mu­nión viva con Cris­to se con­ser­va en él (Rom. 12: 4, 5). La fe es lle­va­da en la co­mu­nión de la cong­re­ga­ción (1 Co­rin­ti­os 12: 26, 27; 1 Te­sa­lo­ni­cen­ses 5: 14). La cong­re­ga­ción de Dios se reú­ne para es­cuc­har la voz de Cris­to, que se es­cuc­ha a través del efec­to del Espí­ri­tu San­to en me­dio de la cong­re­ga­ción, en su proc­la­ma­ción y en­se­ñan­za (Juan 10: 14-16; 16: 13–16).

“Por­que don­de están dos o tres cong­re­ga­dos en mi nomb­re, al­lí es­toy yo en me­dio de el­los” (Ma­teo 18: 20). La casa de Sion es la co­mu­nión cong­re­ga­ci­o­nal más im­por­tan­te para un cris­ti­a­no. Al­lí los hi­jos de Dios se co­no­cen ent­re sí y pu­e­den ay­u­dar y apo­yar a ot­ros en el ca­mi­no de la fe. Jesús ha ex­hor­ta­do a to­dos a ser obe­dien­tes a lo que el Espí­ri­tu dice a las cong­re­ga­ci­o­nes (Apo­ca­lip­sis. 2: 7, 11, 17, 29).

La esen­cia in­ter­na y ex­ter­na de la cong­re­ga­ción de Dios

La cong­re­ga­ción de Dios no es una ins­ti­tu­ción o aso­ci­a­ción tem­po­ral, sino que es una co­mu­ni­dad de fe en Je­suc­ris­to y con ot­ros crey­en­tes. La cong­re­ga­ción no pu­e­de ser ex­ter­na­men­te vis­ta de tal ma­ne­ra que se en­tien­de que es la cong­re­ga­ción de Dios (Lu­cas 17: 20; Ma­teo 11: 27, Juan 16: 1–3). La pre­sen­cia de la cong­re­ga­ción de Dios no pu­e­de ser es­tu­di­a­da cientí­fi­ca­men­te ni se la pu­e­de ob­ser­var con los ojos o a través de las de­duc­ci­o­nes de la razón (1 Co. 1: 18–24). Jesús, sin em­bar­go, nos re­cordó: “En es­to co­no­cerán to­dos que sois mis discí­pu­los, si tu­vie­reis amor los unos con los ot­ros” (Juan 13: 35).

De acu­er­do a la Con­fe­sión de Augs­bur­go, la cong­re­ga­ción de Dios es la co­mu­nión de los san­tos, en la que se en­se­ña pu­ra­men­te sob­re el Evan­ge­lio y los sac­ra­men­tos son ad­mi­nist­ra­dos cor­rec­ta­men­te. Los in­teg­ran­tes de la cong­re­ga­ción son per­so­nas crey­en­tes en qui­e­nes el Espí­ri­tu San­to de Dios mora y afec­ta. La cong­re­ga­ción es la mo­ra­da de Dios en me­dio de los homb­res (Apo­ca­lip­sis. 21: 3). El vi­vir in la co­mu­nión de la cong­re­ga­ción de Dios, con­fie­re una ma­ra­vil­lo­sa alegr­ía y paz en el co­razón, que el crey­en­te qui­e­re pre­ser­var (Fil. 4: 7).

Dios ve en lo más pro­fun­do del homb­re

Si una per­so­na no cree en Cris­to, el hec­ho de ca­mi­nar jun­to con la cong­re­ga­ción no lo sal­vará. Al re­nun­ci­ar a la fe, una per­so­na tam­bién pier­de la co­ne­xión vi­vien­te con la cong­re­ga­ción, aun­que ex­ter­na­men­te vi­a­je con la mis­ma.

De acu­er­do a la Pa­lab­ra de Dios, tam­bién vi­ven en me­dio de la cong­re­ga­ción aqu­el­los qui­e­nes no están en la fe vi­vien­te. Jesús habló sob­re es­to en Su pará­bo­la de las diez vírge­nes (Ma­teo 25: 1–13); el trigo y la ci­za­ña (Ma­teo 13: 24–30, 36–43) así como los pe­ces mu­er­tos se reu­nie­ron en la red (Ma­teo 13: 47–50). El ale­ja­mien­to de la fe no siemp­re es vis­to des­de el ex­te­ri­or. Dios, sin em­bar­go, ve en lo más pro­fun­do de to­dos.

Jesús dijo que Él es la vid y los crey­en­tes son sus ra­mas (Juan 15: 1–10). Si la co­ne­xión vi­vien­te con Cris­to se rom­pe, la rama se marc­hi­ta y Dios la cor­ta de la vid. Dios, sin em­bar­go, pre­fe­rir­ía lim­pi­ar la rama y cui­dar­la en vez de cor­tar­la. Él es pa­cien­te y es­pe­rará “to­dav­ía un año” para ver si apa­re­cen fru­tos de la fe (Lu­cas 13: 6–9). Él tam­bién ama a al­gui­en que ha per­di­do su fe y lo alien­ta al ar­re­pen­ti­mien­to (Apo­ca­lip­sis 3: 1–3). Sin em­bar­go, el tiem­po de gra­cia y de es­pe­ra se li­mi­ta.

Un crey­en­te que cul­ti­va la fe y la paz de Dios, ne­ce­si­ta el evan­ge­lio y la proc­la­ma­ción del perdón de los pe­ca­dos. Las Pro­me­sas de la Pa­lab­ra de Dios ani­man a creer y a ca­mi­nar en la com­pañ­ía de la cong­re­ga­ción de Dios. Cris­to mis­mo está pre­sen­te al­lí y no qui­e­re aban­do­nar inc­lu­so al hijo más débil de Dios. Un día la cong­re­ga­ción de Dios es­tará ala­ban­do y re­go­ciján­do­se en el cie­lo (Apo­ca­lip­sis 7: 13–17).

Tex­to: Mat­ti Han­hi­su­an­to

Pub­li­ca­do: Anu­a­rio se la SRK del 2012

Tra­duc­tor: Mi­ran­da Hend­rick­son

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24.11.2024

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