El lema de los servicios de verano en Pudasjarvi, Finlandia fueron las palabras de Tomás a Jesús: “¡Señor mío, y Dios mío!” Tomás, el incrédulo, vio las manos perforadoras de su Salvador, y así la obra redentora, la cual había sido preparada por Dios, le fue revelada. La esencia de la fe fue evidente en la respuesta de Jesús: “ Porque me has visto, Tomás, creíste; bienaventurados los que no vieron, y creyeron.” (Juan 20:29)
Uno podría imaginar que sería fácil para Tomás creer, porque había visto a Jesús, oído sus enseñanzas, e incluso toco sus manos que habían sido perforadas en la cruz. Mientras Él predicaba y realizaba milagros en su ciudad natal, Jesús vio que “No hay profeta sin honra sino en su propia tierra, y entre sus parientes, y en su casa.” (Marcos 6:4) Aunque muchos conocían a Jesús, no lo veía como el Hijo de Dios, su Salvador, porque carecían de fe.
En la carta a los Hebreos se dice: “Es, pues, la fe la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve.” La mente del ser humano no puede comprender las promesas de Dios, porque son revelados únicamente a través de la fe. Lutero escribe sobre esto: “Creo que por mi razón y por mis fuerzas propias no soy capaz de creer en Jesucristo, mi Señor, ni llegar a él, pero es el Espíritu Santo quien me ha llamado al evangelio.” (Catecismo Menor)
Le fe es la obra de Dios. Es confiar en Dios y en Su Palabra. Uno no puede poseerla a través de ninguna característica humana. Cada persona nace siendo creada y redimida por Dios. Debido a La Caída, la humanidad es propensa a las dudas y al pecado. Incluso aquel que posee el don de la fe, no está libre de esto. Uno puede perder la fe por el pecado. El pecado nos separa de Dios, y se rompe nuestra confianza y unidad con Él.
El Apóstol Pedro predico el evangelio de Cristo en la casa de Cornelio: “ que todos los que en él creyeren, recibirán el perdón de los pecados” (Hechos 10:43). Muchos recibieron la gracia del arrepentimiento en esos servicios. El sermón de Pedro fue un testimonio de Cristo, Su muerte y Su resurrección. Lucas denota los efectos del sermón: “Mientras aún hablaba Pedro estas palabras, el Espíritu Santo cayó sobre todos los que oían el discurso.” (Hechos 10:44).
El oyente de la Palabra de Dios es como estar en frente a un espejo, en donde sus faltas y sus errores son reveladas. El evangelio reconfortante de Cristo, el sermón del perdón de los pecados, el cual limpia de todo pecado, pertenece al pecador penitente. La palabra de Dios consuela, fortalece, y alimenta. De este fluye la fortaleza que ánima, para seguir una nueva manera de vivir. Crea amor y agradecimiento.
El evangelio del reino de Dios es para todos. Aquellos que han recibido ese don, llevan el mensaje jubiloso a otros. Dios tiene Su tiempo para la obra del evangelio. Él da un tiempo de visitación en el cual Él despierta al hombre y permite que Su reino se le acerque. Entonces, es posible que se arrepienta y crea en el Evangelio.
Texto: Olli Lohi
Traductor: Jessica Nikula
Julkaistu espanjankielisessä kieliliitteessä 11/2013.
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