Jesús exhorta que busquemos primeramente el reino de Dios y su justicia (Mateo 6.33). Oremos juntos ”venga tu reino” y creemos ”tuyo es el reino, el poder, y la gloria, por todos los siglos” (Mateo 6.10, 13).
El reino de Dios ”no es comida ni bebida, sino justicia, paz y gozo en el Espíritu Santo (Romanos 14.17). Muchos piensan que el reino de Dios es el cielo, donde Dios vive y a donde los creyentes podrán entrar una vez. Pero, según la Biblia, es posible hallar y experimentar el reino de Dios ya en este tiempo.
No se puede ver el reino de Dios en un mapa del mundo, está allá donde hay creyentes. Creen que existe una santa congregación cristiana. Los creyentes anuncian: ”el reino de los cielos se ha acercado” (Mateo 10.7). Martín Lutero escribió que el reino de Dios es ‘un grupo de creyentes cristianos’. Forman una congregación luchadora sobre la tierra. Miembros del grupo quieren alcanzar la congregación regocijadora, es decir, el reino de gloria en el cielo.
¿Cómo es el reino de Dios?
Dios ha delineado las fronteras de su reino, así que, nosotros, seres humanos, no podemos alterarlas. Tampoco queremos traspasar los límites, porque fuera del reino de Dios, estamos debajo de la potestad de las tinieblas y sin Dios. La parábola del redil (Juan 10) subraya que se puede entrar en el reino de Dios solamente por la puerta. Los que tratan de entrar por otra parte son ”ladrones y salteadores”. Jesús dice sobre como entrar: ”Yo soy la puerta: el que por mí entre, será salvo” (Juan 10.9). En otro texto Jesús exhorta que entremos por la puerta angosta, a través de la cual, muchos querrían entrar pero tienen impedimentos y no pueden (Lucas 13.24).
Se puede sentirse protegido cuando uno vive en la casa de Dios. Es así, ya que, Jesús prometió a los suyos que tendrían una vida en abundancia (Juan 10.10). El cuento del buen samaritano termina con la misma promesa: ”todo lo que gastes de más yo te lo pagaré cuando regrese” (Lucas 10.35).
La invitación de convertirse en hijo de Dios
Dios creó a cada uno de nosotros para tener la comunión con Él. Nacimos en la humanidad, la cual Jesús había redimido. Ya estabamos en el grupo de Dios cuando vinimos al mundo. Muchos de nosotros perdieron la fe de infancia y quedaron apartados de Dios y de su reino. Sin embargo, Dios nos amó, nos despertó y nos llamó al arrepentimiento. Los creyentes ofrecieron el evangelio y predican el perdon de los pecados. Esto fue hecho según el mandamiento de Jesús y en poder de su Espíritu.
Así fuimos trasladados del reino de las tinieblas al reino de Dios. Nos juntamos con ellos, que habían permanecido en la fe desde la infancia o que se habían arrepentido antes de nosotros. También nosotros empezamos a luchar contra el pecado, ya que, el dejar el pecado es una fruta del arrepentimiento. El perdón de los pecados trae la paz en la conciencia y da la fuerza de abandonar el pecado.
Se puede llegar a ser uno de los que son de Dios solamente a través del arrepentimiento. Las cargas del pecado son quitadas, y uno nace en el reino, como un hijo de Dios. En el arrepentimiento Dios nos entrega su Espíritu Santo. Todos los que son guiados por el Espíritu Santo, son hijos de Dios (Romanos 8.14). ”Y si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, no es de él (Romanos 8.9)”.
Los creyentes son tan pecaminosos como todos los demás, pero Dios les llamó y tuve misericordia de ellos. Forman un templo santo, una morada de Dios en el Espíritu. El amor, dado por Dios, junta a los creyentes, y este edificio va a permanecer. (Efesios 2.20–22.)
No tenemos suficiente fuerza para mantenernos como creyentes. Necesitamos la obra y poder del Padre Celestial. Solo por la fe y por la fuerza de Dios podemos llegar a la salvación (1 Pedro 1.5). Precisamente por eso Dios nos dio el evangelio.
El Evangelio es poder de Dios
El evangelio es la buena nueva sobre Jesucristo y sobre la salvación que Él preparó. Se predica el evangelio, cuando se explican las obras y enseñanzas de Jesús. Jesús venció las potestades del pecado, de la muerte y de las tinieblas. Lo esencial del evangelio es el perdón de los pecados. El evangelio es la palabra de Dios, la cual actúa en los creyentes (1 Tesalonicenses 2.13). El Espíritu Santo hace viva la palabra. Cuando Jesús habló sobre la autoridad de remitir y retener los pecados, el dijo: ”Tomad el Espíritu Santo” (Juan 20.22). Por eso todos los creyentes, y solamente los creyentes, tienen el dominio de perdonar los pecados. El Espíritu Santo nos ordenó sacerdotes.
Cada cristiano es un trabajador en el reino de Dios y tiene el derecho y la tarea de predicar el evangelio a los demás. El amor de Cristo persuade a que trabajemos: aconsejemos a los otros, porque sabemos, que hay que temer al Señor (2 Corintios 5.11, 14). También nosotros somos enviados al mundo, de la misma manera que el Padre envió a Jesús (Juan 20.21).
El evangelio tiene mucho poder: cierra el infierno y abre el cielo. Pablo escribió a los tesalonicenses: ”Pues nuestro evangelio no llegó a vosotros en palabras solamente, sino también en poder, en el Espíritu Santo y en plena certidumbre.” (1 Tesalonicenses 1.5) Ahora es nuestro turno de alegrarnos por el poder del evangelio, de la misma manera que, gozaron los judíos y griegos en su tiempo (Romanos 1.16).
Texto: Mauri Hyvärinen
Publicación: Vuosikirja 2003, Jumalan pelko suo turvan
Traducción: AV
Julkaistu espanjankielisessä numerossa 11.5.2016
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