Pedimos en la oración del Padre Nuestro: “no nos dejes caer en la tentación”. Las tentaciones son cosas que nos atraen y si las consentimos somos llevados a hechos malos es decir al pecado.
En el Catecismo Mayor de Martín Lutero se explica que somos tentados por nuestra carne, del mundo y del diablo. La carne significa la parte humana que está bajo de los efectos del pecado original. El mundo significa la gente incrédula que queda separada de Dios. El diablo es el adversario de Dios. Hace todo lo posible para perturbar el buen trabajo de Dios.
Todos los tres producen situaciones atractivas que son difíciles de rechazar. Lutero dice que no podemos luchar contra las tentaciones por nuestra propia fuerza. Por eso tenemos que orar con todo corazón a Dios: “No me dejes caer en la tentación”.
Las tentaciones nos atraen
El diablo, el enemigo del alma, tentaba hasta a Jesús. Cuando Jesús tenía hambre, el diablo pidió que Él convertiese las piedras en pan. Las tentaciones de Jesús nos enseñan que muchas veces las tentaciones no parecen ser algo peligroso o malo. El diablo sabe usar cosas correctas y buenas para conseguir su objetivo. ¿Acaso está mal comer cuando uno tiene hambre?
El diablo sabe también aprovechar las oportunidades. Promete dar pan a él que tiene hambre. ¿Porqué Jesús no convirtió los piedras en pan? No obedeció al diablo sino respondió: No sólo de pan vivirá el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios (Mateo 4.4). Jesús enseñó que la palabra de Dios alimenta el alma del ser humano.
El enemigo no vence la palabra de Dios
El diablo incita al ser humano a pecar a través de promesas grandes. Por ejemplo, el diablo prometió que Jesús tuviese la protección completa de Dios. Sin embargo el diablo no cumple sus promesas. El enemigo del alma no puede prometer en nombre de Dios que Dios nos salvará del peligro en que nos metimos a nosotros mismos deliberadamente.
El diablo es mentiroso y padre de mentira (Juan 8.44). Ni siquiera intenta permanecer en la verdad sino que usa mentiras y falsas promesas.
Jesús venció todas las tentaciones del diablo usando la palabra de Dios. Siempre respondió simplemente con las palabras escritas en la Biblia. Jesús no empezó a discutir y no intentaba ser más inteligente que el adversario. No trataba de sostenerse por su propia fuerza sino que siempre invocó a Dios y su palabra.
El diablo es incapaz delante de la verdadera palabra de Dios. Por eso siempre tiene que resignarse y crear nuevas tentaciones. No se puede hacer inútil la palabra de Dios. Esta palabra permanece para siempre.
Jesús no cayó en la tentación
Jesús experimentó todas las tentaciones nuestras. Él las venció porque él no cayó en el pecado. Nosotros no podemos vencer nuestras tentaciones. A veces somos hasta incapaces de notarlas de antemano. Somos débiles ante las tentaciones, y Jesús lo sabe.
Las palabras de la carta a los Hebreos nos consuelan: “No tenemos un sumo sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras debilidades, sino uno que fue tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado. Acerquémonos, pues, confiadamente al trono de la gracia, para alcanzar misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro. (Hebreos 4.15-16)
Nuestro Salvador, que es sin pecado, puede librarnos de nuestros pecados. Del trono de la gracia del reino de Dios siempre se predica que todos nuestros pecados son perdonados en el nombre y sangre de Jesús.
Texto: Ilkka Lehto
Publicación: Päivämies 6/2016
Traducción: A.V
Julkaistu espanjankielisessä numerossa 15.11.2017
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