Jesús dio a Sus discípulos un mandato misionero, que llevasen las buenas nuevas del evangelio a todas las naciones. Todavía podemos llevar este mensaje de la salvación con el poder del Espíritu Santo.
Antes de que ascendiera al cielo, el Cristo resucitado dio a Sus discípulos escogidos el deber de llevar este mensaje de salvación por todo el mundo. Prometió estar con los Suyos cada día hasta el fin del mundo.
Esta promesa dada por Jesús todavía está vigente. Nos anima y fortalece en el hacer la obra de Su reino. La gente de Jesús puede tener una mente segura. Jesús dice, “¡No temas!”
La autorización para ser proclamadores de la buena nueva
Jesús ha dado a los siervos de Su reino la labor más importante del mundo: proclamar el evangelio de la gracia y la gloria de Dios para la salvación de las almas. Jesús nos ha llamado para ir entre la gente y predicar el arrepentimiento y el perdón de los pecados (Lucas 24:47). Nos llamó para bautizar y enseñar, lo cual significa vivir como los hijos de Dios en este mundo (Mateo 28: 19, 20). Esta tarea no es encomendada por palabras enseñadas por sabiduría humana, sino a través del poder del Espíritu Santo (1 Cor. 2: 4,5).
El Cristo resucitado dijo a Sus discípulos reunidos tras puertas cerradas: “Recibid el Espíritu Santo. A quienes remeteréis los pecados, les son remitidos; y a quienes se los retuviereis, les son retenidos” (Juan 20:22, 23). El oficio del sacerdocio del Espíritu Santo se lo confía a la congregación entera de Dios: hombres y mujeres, niños y adultos.
El mandamiento misionero de Cristo todavía está vigente. Él dirige Su Palabra y el evangelio de Su reino donde Él desee. Él muestra a Sus seguidores el tiempo y el lugar para presentar la palabra de vida.
Los adversarios de la Palabra de Dios
El reino de la proclamación de Dios del perdón de los pecados siempre ha sido opuesto en el mundo. Aunque ya lo era así en el propio tiempo de Jesús. El arma del adversario de Dios, desde el principio ha sido la pregunta: “¿Ha dicho Dios realmente eso?” (Gén. 3:1). Los adversarios de la palabra de Dios confían en su propia razón y conocimiento al intentar hacer la palabra de Dios inútil.
Pareciera que la maldad había ganado la victoria cuando el Cristo crucificado fue ridiculizado. Sin embargo, la mañana del tercer día llegó, cuando Jesús se levantó de la muerte – como el vencedor.
Dios confía Su poder al hombre
Dios tiene todo poder. El también ha confiado Su poder a la gente. En Su evangelio, Juan habla acerca del encuentro entre Pilato y Jesús. Pilato dijo a Jesús, “¿No sabes que tengo autoridad para crucificarte, y que tengo autoridad para soltarte?” Jesús contestó, “Ninguna autoridad tendrías contra mí, si no te fuese dada de arriba” (Juan 19: 10, 11).
Nuestra autoridad puede ser la autoridad llevada por el trabajo que hacemos o en nuestra oficina, prestigio o autoridad parental. Somos responsables ante Dios por el uso de esta autoridad entre los hombres. ¿Usamos esta autoridad para animar o esclavizar en la casa o afuera del hogar?
Cristo, el resucitado, le preguntó a Pedro, “Simón, hijo de Jonás, ¿me amas?” Pedro respondió, “Sí, Señor, tú sabes que te amo” (Juan 21:16). El amor de Dios nos llama al uso responsable de la autoridad y sobre todo el amar a nuestro prójimo, ya que se encuentre cerca o lejos. El amor más grande es el contar sobre el Redentor de los pecadores y proclamar el mensaje de gracia y perdón.
Texto: Jorma Niinikoski
Publicado: Siionin Lähetyslehti 2/2013
Traductor: Jessica Nikula
Tekstissä käsitellään seuraavia raamatunkohtia: Mateo 28:18
Julkaistu espanjankielisessä kieliliitteessä 4/2014.
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